POEMAS

SELECCIÓN DEL AUTOR

Tragedia de los caballos locos

                            A Marc Granell

 

Dentro de los oídos,

    ametralladamente,

escucho los tendidos galopes de caballos,

————de almifores perdidos

—————————————–en la noche.

Levantan polvo y viento,

——————————-al golpear el suelo

sus patas encendidas,

—————————-al herir el aire

sus crines despeinadas,

——————————al tender como sábanas

sus alientos de fuego.

Lejanos, muy lejanos,

—————————ni la muerte los cubre,

desesperan de furia

————————-hundiéndose en el mar

y atravesándolo como delfines vulnerados de tristeza.

Van manchados de espuma

————————————con sudores de sal enamorada,

ganando las distancias

—————————–y llegan a otra playa

y al punto ya la dejan,

—————————luego de revolcarse, gimientes,

después de desnudarse las espumas

———————————————-y vestirse con arena.

De pronto se detienen. Otra pasión los cerca.

El paso es sosegado

————————-y no obstante inquieto,

los ojos coruscantes, previniendo emboscadas.

El líquido sudor que los cubría

——-se ha vuelto de repente escarcha gélida.

Arpegian sus cascos al frenar el suelo que a su pie se desintegra.

Ahora han encontrado de siempre, sí, esperándoles

———las yeguas que los miran.

Ya no existe más furia ni llama que el amor, la dicha de la sangre,

las burbujas amorosas que resoplan

——al tiempo que montan a las hembras.

Y es entonces el trepidar de pífanos, el ruido de cornamusas,

——el musical estrépito

que anuncia de la muerte la llegada.

Todos callan. Los dientes de golpean quedándose

soldados.

————–Oscurece. La muerte los empaña, ellos se entregan

y súbito, como en una caracola fenecida, en los oídos escucho

un desplomarse patas rabiosas, una nueva de polvo levantado por crines,

un cataclismo de huesos que la noche se encarga

———de enviar hacia el olvido.

 

(Génesis de la luz, 1969)

 

 

CONVENTO DE LAS DUEÑAS

                            a Federico Ordiñana

 

El oscuro silencio tallado sobre el tacto

golpea sin tocar la luz de esta materia,

de esta altura perdida persiguiendo

la eternidad donada a sus figuras.

Un sosiego perenne asciende hasta la música,

difumina los ecos sonoros del espacio

y pulsa, impele, domeña, geometriza

la mágica sorpresa del aire en surtidores.

Infiel al arbotante, a la jamba convexa,

al ritmo que la mano con claridad impone,

deja un aliento verde para llegar al sueño,

al éxtasis que crece desde la piedra en fuga.

Y queda un resplandor, una callada imagen,

un fragmento de tiempo que impreciso se ahonda

y nunca más se ha sido: se está siendo

porque en su dimensión la forma dura.

 

(Canon, 1973)

 

 

MÚSICA DE AGUA

 

El espacio

―debajo del espacio―

es la forma del agua

en Chantilly.

No tú, ni tu memoria.

Sólo el nombre

que tu lenguaje escribe

en tu silencio:

un idioma de agua

más allá de los signos.

 

(Música de agua, 1983)

 

 

PROPILEO

 

A ti, idioma de agua derrotado,

a ti, río de tinta detenido,

a ti, signo del signo más borrado,

a ti, lápiz del texto más temido,

a ti, voz de lo siempre más negado,

a ti, lento silencio perseguido,

a ti, este paisaje convocado,

a ti, este edificio sugerido,

a ti, estas columnas levantadas,

a ti, los arquitrabes reflexivos,

a ti, arquivoltas consagradas,

a ti, los arbotantes disyuntivos,

a ti, mar de las sílabas contadas,

esta suma de sones sucesivos

 

(Columnae, 1987)

 

 

SEMÁFOROS, SEMÁFOROS

a Pedro Laín Entralgo

 

La falda, los zapatos,

la blusa, la melena.

El cuello, con sus rizos.

El seno, con su almena.

El neón de los cines

en su piel, en sus piernas.

Y, en los leves tobillos,

una luz violeta.

El claxon de los coches

se desangra por ella.

Anuncios luminosos

ven fundirse sus letras.

Cuánta coma de rímel

bajo sus cejas negras

taquigrafía el aire

y el aire es una idea.

El cromo de las motos

gira a cámara lenta.

Destellos, dioramas,

tacones, manos, medias.

Un solo parpadeo

y todo se acelera.

El carmín es un punto

y es un ruido la seda.

La falda, los zapatos,

la blusa, la melena

se han ido con la luz

verde que se la lleva.

En un paso de cebra

la vi y dije: ¡Ella!

y todos los motores

me clavaron su espuela.

El semáforo dijo

hola y adiós. Y era

muy pronto para todo,

muy tarde para verla.

El ámbar me mordía

los ojos y las venas

y la calle tenía

resplandor de pantera.

En qué esquina de yodo

su mirada bucea.

En qué metro de níquel

o burbuja de menta.

Ningún libro me dice

ni quién es ni quién era.

Ni su nombre ni el mío

intercambian fonemas.

Lloran los diccionarios,

lloran las azoteas

y dicto mis mensajes

en una lengua muerta.

He llegado hasta junio

y estoy en las afueras.

La costura del cielo

tiene blondas de niebla.

Las boquitas pintadas

dejan polvo de estrellas

en el borde de un vaso

boreal de ginebra.

Escrito en cuneiforme

el perfil de sus ruedas

los taxis amarillos

tatúan la alameda.

La noche me maquilla

con su breve tormenta

de bares y de hoteles

sonámbulos que tiemblan.

Otoño de terrazas

vacías y de mesas,

de toldos recogidos

y sillas genuflexas.

Los lápices de labios

con la aurora despiertan.

Los espejos los miran

dibujar sus dos letras.

En un paso de cebra

la vi y dije: ¡Ella!

y todos los motores

me clavaron su espuela.

Ésta es la misma calle.

Ésta, la misma acera.

Y la hora, la misma.

Sólo ella no es ella.

La falda, los zapatos,

la blusa, la melena.

El cuello, con sus rizos.

El seno, con su almena.

¿Y la coma de rímel

bajo sus cejas negras?

El aire me grafía

aún su silueta.

Esculpida en el ámbar

de algún paso de cebra

fosforece su piel,

fosforecen sus medias.

 

(Semáforos, semáforos, 1990)

 

 

PASOS SOBRE EL PAPEL

                            A Luis María Ansón

 

Hoy todas las palabras me vinieron a ver.

Iban todas vestidas y yo las desnudé.

Tenían agua dentro y yo se la quité.

Bebí toda su agua y me quedó su sed.

No me quedó su habla: me quedó su mudez.

Hoy todas las palabras me vinieron a ver.

Todas iban vestidas y yo las desnudé.

Ni debajo ni dentro había ningún ser

sino un lento perfume de luz sobre su piel:

un líquido contacto de tinta y de papel.

Nada más. Eso es todo lo que recuerdo ver.

Recuerdo las palabras: eran una mujer,

una luz, un perfume, una tinta, una piel.

Oigo pasos que vuelven y vuelven a volver.

No existen: vuelven sólo e insisten otra vez.

Las palabras son pasos dados sobre el papel

hacia nosotros mismos pero con otra piel.

Ellas y nosotros formamos un vaivén

en el tiempo que dura nuestro yo en otro quien.

En las palabras vive lo que vivió una vez

aunque nunca lo mismo tenga segunda vez.

 

(Himnos tardíos, 1999)

 

 

DE VITA PHILOLOGICA

a Jenaro Talens

 

La vida me ha hecho lírico― o como otros dicen, egotista―

ahogando en mí, gracias a Dios Todopoderoso, a aquel sabio

en ciernes. Pero a las veces echo de menos a aquel muchacho

de veinticinco años, tan leído, tan erudito, tan científico, tan objetivo

― creo que se dice así―, tan cargado de citas y de teorías de otros.

Miguel de Unamuno

 

Lo que debo al latín son muchas cosas.

Para empezar, mi sensación de lengua,

tan diferente a la ilusión del habla,

y la idea de que todo lenguaje

es ―y es sólo ― un acto de pensar:

un pensamiento erguido sobre un sinfín de ejes,

tan exactos como sus mecanismos,

que construye, sobre sonidos puros,

la arquitectura de una identidad.

Pero no sólo eso ―que es inútil y cierto,

y cerebral también y hasta pedante―

sino el recuerdo del resplandor de tardes

en que aquello que el texto me oponía

era un placer semántico que me transfiguraba

como un limbo de inteligencia pura

en el que la sintaxis de las frases

y las palabras se correspondían

y en el que cada esfuerzo presuponía otro

y éste entrañaba el placer de encontrar

otra dificultad.

Yo crecí bajo la sombra de los diccionarios

y creía que el mundo

era un texto preciso con sintaxis exacta

que cada tarde había también que analizar.

Crecí feliz entre un viento de páginas.

Luego me cambiaron el código

y la clave de cifra

y me quedé sin nada que leer.

Soy feliz por instantes, pero

mi traducción del mundo

resulta cada vez más imperfecta:

me equivoco en los verbos,

no acierto con los modos,

se me borran los tiempos

e, incluso, me confundo de caso o de flexión.

Cuando esto ocurre ―y me ocurre a menudo―

recuerdo aquellas tardes de sintaxis perfecta

y hermenéutica lúcida,

en que el perímetro del tiempo

eran mis diecisiete años

y el espacio del mundo,

sólo mi habitación.

La lectura de un texto nos hace personajes

y la vida, también.

Nuestra vida es un texto al que le faltan páginas

y las lagunas existentes dejan

no sólo abierto el blanco de los márgenes

sino que, hasta en el mismo texto conservado,

surgen siempre imprevistos vacíos que hay que completar.

Feliz de aquél que puede

fijar su vida como si fuera un texto,

desechar disparatadas conjeturas

y optar por una sola y única lección.

Yo he perdido mi texto, y la vida me arrastra

mientras yo la recuerdo como a sus paradigmas

y al antiguo muchacho que imaginé yo mismo

y que llegó a llamarse incluso como yo.

Lo peor de ser joven es que no se distingue

entre la realidad del ser y su gramática

y se hace metafísica del detalle más nimio

y se eleva a sistema del dato más trivial:

se confunden los ejes de sus dos mecanismos

y, al intentar cambiarlos, chocamos con los límites

de nuestro pensamiento y vemos lo perfecto

de todo raciocinio y lo imperfecto de todo lo real.

Por eso he amado el río de la lengua

y he recorrido a pie casi todo su curso

en un fallido intento de llegar a sus fuentes

y beber la primera palabra originaria

por si en ella se oía, sin manchar por el hombre,

un sonido perdido, algo

que todavía pudiera valer como verdad.

Yo no lo escucho, pero sé su existencia.

De nada sirve todo el conocimiento

ni la interpretación más sólida o brillante,

ni la idea más lúcida ni el juicio más feliz.

De nada sirven,

cuando se viste sólo de prestado

o se vive en un alma fiada o de alquiler;

cuando no hay propiedad sin hipoteca

y hasta la muerte viene con su factura del agua o de la luz.

El latín concedía cierta pasión al orden.

En el orden de ahora la sintaxis funciona

por completo al revés:

sólo hay pasión allí donde hay desorden,

y el ritmo de las frases es un anacoluto

en el que los meandros de la vida

alteran la consecutio temporum

y la atracción de modos impide

la exacta percepción de lo real.

Me gustaría poder abrir sin más el diccionario

de una lengua que careciera de gramática;

de una lengua cuyos sonidos fueron sólo

el ritmo de la pausa de una sucesión

y de la que pudiéramos saber toda la historia,

su evolución, sus fases, sus etapas… todo

salvo el preciso sentido de sus términos:

una lengua, como nosotros mismos,

condenada a su forma y a carecer de significación.

La hermenéutica es una ciencia pía: una

experiencia casi religiosa,

cuya praxis consiste en alterar el orden

de la sintaxis órfica

y convertir el sentido del mundo

en un catálogo de frases de liturgia

y en el ficticio orden de un ritual.

En el latín… ¡qué seguro era el mundo

y su belleza exacta

cómo recomponía el orden que rompe lo real!

Nada más bello

que aquellas trampas de la inteligencia

con puentes levadizos y palancas

movidas y accionadas por una leve cifra de su vocabulario

y un sistema muy próximo al del propio pensar.

¡Qué perfectos los casos y las declinaciones

y cómo los añoro cada vez que en la vida me siento naufragar!

Son como mástiles que aguantan la tormenta

y avanzan en la noche a través de la bruma

como un buque fantasma que tuviera velamen

y no tripulación.

¡Cómo siento de firme la fuerza de su lengua!

¡Cómo viene y dirige mi torpe maniobra,

rectifica mi rumbo y aguanta mi timón!

El latín es un agua profunda

que sostiene todas las superficies

y que crea en los mapas

la ilusión o certeza de que hay un punto exacto

o alguna idea firme

o una isla segura

o la existencia de un lugar

más allá del lugar

que se hunde y flota

al ritmo y al vaivén de las palabras

y que reaparece cuantas veces

perdemos de vista el horizonte

o el dolor nos borra de los ojos

las figuras que forman

la ficción o relato de nuestro recorrido

y nos fija como un punto de amarre

a una playa lejana que se mueve,

como la luz dentro de la memoria,

entre el latido regular de un péndulo

y la átona música de una muerte perfecta

cuyas aguas sonaran siempre al mismo compás.

Eso por consignar sólo la metafísica

y no los años sórdidos en que viví de él.

No: no es la especialidad

lo que de su filología me interesa

sino la vida que hay entre lo márgenes

de un libro hecho de tiempo

cuya lengua podemos, sin hablarla, leer.

Ese libro del que todos podemos ser gramática,

esa lengua que ya sólo se escribe,

ese tiempo que es ya sólo lugar.

Feliz de quien no tiene que traducir el mundo

ni siente necesidad o afán de interpretarlo

porque sabe que lo que afirma al hombre

no es el sentido sino la sucesión.

Vivir consiste sólo en sucederse,

como un anfibio, en las aguas de un yo terco y fugaz

que se confunde sólo con su costumbre.

 

(Himnos tardíos, 1999)

 

 

ÁNGULOS MUERTOS

 

                       I

Vivir al otro lado del poema

y no en la realidad, que es su reflejo.

Cruzar por esas calles

que están al otro lado de la vida.

mirar sus parques y sus plazas

llenas de luz en las mañanas ebrias.

sentir el movimiento de las hojas

dentro de un aire inmóvil, circular.

Ver el destello de las aguas

de un río que discurre sin principio ni fin.

Ignorar lo que sé,

pensar que ya no existo.

 

                    II

Vivir la vida del poema,

resbalar por su voz,

por su respiración,

por su saliva.

Sentir la tinta

llegar a su raíz originaria,

escuchar el sonido de sus velas,

oler el perfume de su vegetación,

sumergirse en sus sones,

sus latidos, sus algas,

saber lo que pasó,

lo que no pudo ser,

lo que no ha sido.

Pero saberlo como fue:

libre de los confusos pliegues

del lenguaje, de la cultura,

de las estatuas.

Libre de todo.

Libre, sobre todo, de mí.

Donde no existan

ni signos ni palabras.

Donde no exista nada.

Donde sólo la nada

sea el idioma de Dios.

 

              III

En esa nada pura

donde vive el poema

estar como de tránsito,

de viaje, de fiesta, de visita.

Estar como de paso

como se está en el yo.

Vivir en el poema

el otro lado del poema.

Vivir la vida del poema

en el continuo tránsito del yo.

 

(Himnos tardíos, 1999)

 

 

MERÁNIDES EL FRIGIO

 

Meránides el frigio

miraba el brillo de los caballos tracios

perlados por el metálico rocío de la sal.

La luz del mediodía coronaba sus crines

y el curso de sus venas tatuaba sus patas.

Parecían estatuas de bronce

y Meránides el frigio los miraba

como si en ellos no hubiera ya nada animal.

Por un momento pensó que no eran animales

ni estatuas de bronce sino dioses

y sintió su galope y vio cómo sus cascos

golpeaban el suelo, y una nube de polvo

nublaba su visión.

Supo que habían ascendido hacia el cielo

y que eran transparentes y azules como el aire,

y que nunca ya nadie los vería

como él, a la luz de aquel eterno mediodía,

fundidos en la luz y el aire para siempre, los vio.

La vida está hecha de instantes

como el de Meránides el frigio,

en los que los dioses nos revelan,

más que la belleza, el carácter fugaz de su visión.

Saber que las imágenes existen

ocultas en los pliegues de las cosas

y que sus símbolos traducen,

unas veces la luz, y, otras, la oscuridad.

Y que nosotros vivimos siempre

del lado de la sombra y que lo que nos llega

son los restos, los flecos, los despojos

que nos arroja, a modo de limosna,

la bondad o el descuido de algún dios.

Eso es lo único propio que poseemos:

aquello que los dioses, en su olvido calmo,

nos han querido dar.

Veamos, pues, las cosas

como vio sus caballos Meránides el frigio

y ascendamos como ellos: estatuas de bronce

fundidas para siempre en un aire sin tiempo

transparente y azul.

 

(Galería de rara antigüedad, 2018)

 

 

LA CUESTION HOMÉRICA: A VUELTAS CON LA ILÍADA

                            A Don Martín S. Ruipérez, in memoriam

 

Delante de mis ojos veo a Aquiles   combatiendo.

Mirmídones y dólopes no se quedan atrás:

avanzan con todo su pesado armamento, mientras

Héctor y los troyanos cierran filas en frente

y las flechas de ambos se cruzan en el aire

como enjambres de abejas

y las lanzas de bronce brillan bajo el intenso sol.

Tengo dieciséis años  y leo en griego

los versos de la Ilíada que ignoro entonces

cuánto y de cuántas formas me  van a acompañar.

Cóncavas naves navegan por mi mente.

Catálogos de armas y guerreros también.

Se me va haciendo familiar su estilo:

tanto el de ellos como el de las palabras

que cada hexámetro, bajo la luz del flexo,

extiende  sobre mí. Quiero que los aqueos

venzan y los troyanos pierdan ,  o al revés.

Me gustan los parlamentos de los dioses.

Admiro la belleza de Helena, que imagino,

los recursos de Ulises, la humanidad de  Héctor,

los  consejos de Hipóloco a Glauco y cómo

las generaciones de los hombres

– como las de las hojas – están destinadas a caer.

Todo está dicho – muy bien dicho- allí.

Cada composición tiene estructura,

cada ser humano  es un relato, cada héroe

es una canción.  Leo cómo los dos ejércitos

se mueven, cómo  va sucediendo todo

lo que en la caída de Troya sucedió.

Tengo sesenta y cinco años y leo a Homero

en  griego y ya no soy aquel  ni el mismo

muchacho  que hace cincuenta años lo leyó.

El texto no ha cambiado y sigue siendo el mismo.

Delante de mis ojos Aquiles sigue

combatiendo. Los mirmídones y los dólopes

no se quedan atrás : avanzan con todo su pesado

armamento, mientras frente a ellos cierran filas

Héctor y los troyanos y las flechas de ambos

se cruzan  en el aire como enjambres de abejas

y las lanzas de bronce brillan bajo el intenso sol.

La familia de Príamo contempla cómo se desarrollan

los combates y las cóncavas naves varadas en la playa

y las tiendas del campamento  aqueo y a Menelao

y Agamenón. Soy yo, y no ellos, el que cambia.

Soy yo el que, al no formar parte de la Ilíada,

está de antemano condenado a morir.  Navego

por la página como el sol por sus rutas

y voy viendo cadáveres cerca o en torno a mí

y no son de troyanos  ni de  aqueos ni de dólopes :

son de padres , familiares, compañeros y amigos .

Nada muere en el verso : el ritmo del hexámetro

con su ámbar protege el tiempo que no acaba

nunca de suceder, pero el nuestro termina.

No: no mueren los héroes de La Ilíada

sino nosotros, sus lectores, que, a diferencia de ellos

somos lo que somos pero sólo una vez.

Sólo como ficción el ser perdura. Pero nuestra epopeya

no es el combate en las playas de Troya

sino otro más humilde, condenado

a un oscuro y anónimo morir. Por eso mismo

siguen teniendo su sentido Héctor y Aquiles,

Patroclo, Príamo, Helena, Agamenón.

Ellos ni morirán ni han muerto. Pero nosotros sí.

 

(Galería de rara antigüedad, 2018)

 

De Arquitectura oblicua (2019)

 

DERROTA DE LA MUERTE EN ORLÉANS

 

A Jesús García Sánchez

 

Muerte, poco te llevarás de mí:

sólo este cuerpo gastado por el uso,

unos labios que casi ya no dicen

y  unos ojos que apenas pueden ver.

 

Confórmate con esto: poco más te daré.

He llegado hasta ti demasiado despacio

como para entregarte todo lo que no tengo:

todo lo que dejé, todo lo que perdí.

 

Aquí me tienes con un yo negado

como el  que tantas veces te negó,

como el que  aún  te sigue y seguirá negando

aunque sabe que muy pronto vendrás para no irte,

pues de allí a donde llegas no te marchas jamás.

 

Te espero, sí, te espero para ver

el modesto botín que te depara mi derrota.

Díme si ha valido la pena este largo esperar,

pues, aunque creas que la victoria es tuya,

te equivocas : la vida y el recuerdo de la vida fluyen,

siguen fluyendo siempre como la luz y el mar.

 

¿El tiempo? – me preguntas. El tiempo…

el tiempo fue un pobre regalo imaginario :

un puñado de arena, una torpe medida

nada más, que midió nuestros días

pero no lo que en ellos nos pasaba.

Lo que fuimos, lo que éramos

no lo  miden los días ni las horas

sino el reloj interior que es el que marca

los meridianos de otra realidad

a la que tú nunca podrás tener acceso :

el mundo del amor en cuyas formas

la belleza se convierte en única verdad.

 

Poco te llevas, pues, de mí

pues lo que importa no es este yo que muere

sino el otro que soy, el que también he sido,

el que sigo siendo, pese a ti.

 

Ya me dirás si ha valido la pena

tanto, tanto y tan largo esperar.

 

Hoy soy yo quien asisto a tu derrota,

muerte, a la orilla del Loira, en Orléans.

 

 

 ALLEGRO MODERATO

 

Está quieta la luz y quieto todo

lo que este día en resplandor irisa

y ecos de lejanas primaveras

trae la música y letra de su brisa.

 

Están en mí las notas y compases

de otras mañanas y otra luz extinta

y desde el fondo de los ojos vuelven

con su imagen igual pero distinta.

 

Está quieta la luz  y quieto el aire.

Nada se mueve : todo se desliza

mientras dibuja círculos de sombra

un invisible círculo de tiza.

 

El mundo de la carne es un museo,

una  alegre habitación con vistas

y en su jardín todas las rosas mienten

sus fúlgidos reflejos amatistas.

 

Resbala y fluye por nosotros algo

que nos recuerda lo que fue la vida :

sucesión de cárdenas orquídeas

en un agua lumínica perdida.

 

El dibujo del cielo no es el cielo

ni el recuerdo del día es el día

como la palabra no es la cosa

ni un sonido es una sinfonía.

 

La mañana de marzo es una idea

en forma vegetal que realiza

no el color de las flores y los tallos

sino la floración de la ceniza.

 

Disuelve el contorno de las hojas

sus líneas cromáticas más vivas

y se pierde el perfil de cada cosa

en todas sus visiones sucesivas.

 

La sensación de ver no es la mirada

ni tampoco la luz : es la penumbra

lo que los ojos ven en esa nada

con la que el ser ,de pronto, nos deslumbra.

 

 

LUCES NEGRAS

 

Hay luces que no son

—–del  cielo ni la tierra

hay luces que destilan

—–espesa bruma negra

que no vienen ni van

—–y en nosotros se quedan

un tiempo o un instante

—–una edad o una era

remueven nuestros polos

—–y nos dejan a tientas

las pulsa un viento frío

—–las trae una tormenta

y brillan en la noche

—–de la que son luciérnagas

las anuncian avispas

—–y abejas mensajeras

el estertor de un perro

—–a los pies de su dueña

pronostican catástrofes,

—–cataclismos, miserias

son las Ménades griegas

—–que de pronto despiertan

y sacuden el suelo

—–con sus pasos de fiera

las Erinias, las Furias

—–con su rabia revuelta

vemos su rostro alzarse

—–y oscurecer la niebla

soplar sobre los vivos

—–su larga sombra negra

e insuflar en los soles

—–sus colores de siena

de nieve gris herida

—–de tersa plata lenta

en cuyo fondo laten

—–figuras  ya dispersas

aún no sucedidas

—–cuyo dolor nos quema

cuerpos en una lava

—–derramada que aumenta

saber que estamos vivos

—–en una vida muerta

pintura, pues, de un cuadro

—–con una sola escena

el horror que produce

—–la muerte cuando llega

cuando aún no ha llegado

—–cuando todo es espera

Triunfo de lo trágico

—–derrota de la idea

del mundo tan perfecto

—–que las formas recrean

un cosmos casi griego

—–que la nada desdeña

Pero he ahí el caos

—–he ahí la materia

salida de su cauce

—–sin orden y sin rienda

entregada a sí misma

—–capricho de una dea

adversa, enemiga

—–que no ilumina : niega

Sí : hay luces que no son

—–del cielo ni la tierra

hay luces que socavan

—–lo que la voz eleva

hay luces que destruyen

—–lo que la Luz alienta

hay luces contra luces

—–su contraluz nos quema

su contraluz nos dice

—–su contraluz nos crea

hay luces que no son

—–del cielo ni la tierra

cuanto sus rayos rozan

—–entra de pronto en pérdida

es pétalo la flor

—–y es ceniza la hiedra

del aire ardido caen

—–apagadas estrellas

los palacios se hunden

—–las cosechas se incendian

y es un paisaje en llamas

—–lo que de todo queda

asistimos al fin

—–de un mundo, de una era

estamos al final

—–de un túnel o una senda

y no se ve otro rayo

—–que el de las luces negras

Pero he ahí el caos

—–y el cosmos que lo engendra

ya son uno en la  nada

—–que los pulsa y los crea

uno sucede al otro

—–y los dos a la idea

del mismo pensamiento

—–que, al pensarlos, los niega,

esplendor de la nada

—–brillo de la materia

sólo hay en nosotros

—–terribles luces negras

en cuyo fondo laten

—–otras luces más negras.

 

 

MISE EN MOTS

 

A Didier Pouech in memoriam

 

 

Se cierra el clavel

y yo dentro de él

 

Gota que agota

la gota del pincel

 

Palabra escondida

dentro de este papel

 

Espacio que se abre

donde nada se ve

 

Sonido en que escucho

mi mismo suceder

 

Ojos en que veo

la sombra de mi ser

 

Agua ya desnuda

de aquello que no es

 

Ondas en que aprendo

a

 

d

e

s

—-a

—–p

——a

——-r

——–e

———c

———-e

———–r

 

 

PALOMAS Y PALABRAS

 

Vinieron a la vez

palomas y palabras.

 

Vinieron en el leve

revuelo de sus alas.

 

Vinieron confundidas

de país o de mapa.

 

Vinieron y volvieron

a su difusa nada.

 

Breves como su voz,

limpias como su habla

 

vinieron hasta mí

palomas en palabras.

 

Disueltas en la luz,

incisas en el agua,

 

quietas dentro del aire,

su ser me respiraba.

 

Ellas eran la tinta.

Yo era la página.

 

Este papel dibuja

su zureo en las ramas.

 

Este papel escribe

su dulce sombra amarga.

 

Ahora que ya no hay

palomas ni palabras.

 

Ahora que ya no oigo

sus sones ni sus alas.

 

Ahora que ya no vuelan

entre sí enredadas.

 

Ahora que ya no veo

su nácar en la escarcha.

 

Ahora que no me llegan

sus lentas voces largas.

 

Ahora que el espacio

ya no me las irradia.

 

Ahora, sí, ahora

palomas son palabras.

 

No antes: sólo ahora

son ellas en su nada

 

palabras y palomas,

palomas y palabras

Web design by Carlos Turpin

Con la colaboración de Jaime Siles

 

© 2022 Jaime Siles